Cuando era chico en el primario a un momento de la tarde nos ponían sentados a todos a jugar el juego del silencio.
Tenía una sola regla muy simple: el que se quedaba callado y quieto mas tiempo obtenía en premio algo como una bolsita de caramelos.
Una excusa de los grandes para ganar unos minutos de paz que tenía un discreto éxito gracias al poder que tienen los caramelos a cierta edad.
Era el 1977 y yo vivía en Italia, donde nací.
En lo mismos años en el País donde ahora vivo y donde en muchos sentidos nací de nuevo, el terrorismo de estado pensó poder desaparecer una generación de estudiantes, obreros, profesionales, artistas, intelectuales, religiosos.
«Aparecidos» es, antes que nada, la exigencia del niño que fui, al que nunca le gustó el juego del silencio.